Este lienzo supuso la consagración definitiva de Eduardo Rosales, a quien las dificultades y la enfermedad hicieron poco grata su vida artística: sólo al final de su corta existencia pudo llegar a ver reconocida su valía. Con esta pintura obtuvo un primer premio -y la compra del cuadro por el Estado- en la Exposición Nacional de1864: lo presentó también en París donde consiguió una primera medalla y el nombramiento de Caballero de la Legión de Honor. Cuando Rosales buscaba un tema para presentarse a la Exposición Nacional, quería "encontrar un asunto de gran significación en nuestra historia", y ése fue el Testamento que dejara a su muerte la reina Católica, considerado desde siempre como el mejor testimonio de su carácter y hasta de su filosofía política. Isabel I aparece en su lecho de dosel y cortinajes, dictando su voluntad al escribano que la atiende desde un pequeño pupitre. Sentado en un sillón, encorvado y abatido, se encuentra el rey Fernando a quien acompaña la hija y heredera de ambos, la princesa doña Juana -apodada después "La Loca"-. En el grupo de la derecha, la figura cubierta representa al Cardenal Cisneros que sería después Regente de Castilla.
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