La tranquilidad, el sosiego y el profundo respeto por los personajes, tan típicos de las obras de Velázquez, aparecen también aquí. La dignidad del vencido, que se inclina sumisamente ante el vencedor tiene su réplica en la actitud cariñosa y tierna de éste, que le sonríe cortésmente y le da una palmadita en la espalda. Velázquez huye de convencionalismos y el tema bélico nos lo muestra con exquisita sensibilidad: sangre, muerte y destrucción quedan sólo insinuadas por las humaredas del fondo y no hay generales victoriosos soberbios y engreídos. Todo lo contrario, el general español hace gala de una virtud excepcional: la clemencia y la compasión hacia el vencido, huyendo de toda humillación.
El objeto simbólico central del cuadro, la llave, queda destacado por su situación central y, sobre todo, por el contraste entre su color negro y el fondo de tonos claros que se sitúa inmediatamente detrás. Las lanzas españolas realzan la perspectiva del paisaje posterior y varias aparecen torcidas para dar mayor veracidad.
El realismo es total y puedes apreciar incluso las texturas diferentes de los tejidos: lana, bordados, gasa, seda, ante, etc. Velázquez se recrea en la representación de los personajes y los estudia sicológicamente, convirtiendo esta obra en una galería de retratos. Si te fijas, verás a los españoles más contentos que los holandeses, no en vano son los victoriosos y llevan enormes patillas y gruesos bigotes.. El paisaje del fondo es plano y brumoso como corresponde a esa zona, aunque sabemos que Velázquez nunca estuvo en Holanda.
El cuadro se encuentra en el Museo del Prado.
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